Donde habitan los sueños




Cabe relatar la experiencia que tuve esta mañana y sintetizarla con una frase como esta: cuando uno no tiene mar… Y si. Aunque el Río de la Plata fue muy generoso conmigo, hay algo de fatalidad en aquellas aguas azules revueltas que logra captar la reflexión de personas con similares características.
Ayer me dijeron que se podía visitar la reserva natural Mar Chiquita y mi corazón, que habita por estas zonas, sintió que había tirado veintiséis veranos a la basura. Sin dejar pasar el veintisiete fui corriendo a anotarme y así es que puedo relatarles mi experiencia de hoy.


El ingreso se realiza por campos privados donde se aprecia desde el primer kilómetro la preservación de las especies que hacen del lugar un área protegida. Ñandúes, garza blanca (chica y grande), garza mora, cigüeña americana, espátula rosada, caranchos, rayadores, biguá, gaviotín, gaviotas varias especies, gallareta chica, macá grande, lechuzas y otros bichos nos brindan su cortejo al pasar por ahí. A lo lejos se ve un zorrito cruzando el camino y un par de nutrias que hacen su gracia junto a los patos a orillas del canal. El paisaje es diferente; se trata de inmensas dunas con pastizales y se logra distinguir de vez en cuando algún tala que nos recuerda que es el único árbol del lugar. Hay campos con ganado y a medida que nos acercamos a la costa aparecen plantaciones de eucaliptus y pinos que aunque no tengan su residencia por esta zona, ofrecen sombra y decoran el camino.

Llegamos al puesto de guardaparques y lo primero que impacta la vista es la cantidad de redes y tramperas de aves que secuestraron de cazadores que visitan la zona, luego un sendero poco transitado se dirige hacia la playa donde no se logra ver la acción del hombre más que en algún arbusto introducido marcando el rumbo. No hay nadie. Solo nosotros tenemos acceso a este tesoro. Subimos unos médanos vírgenes con su arena consolidada ya que nadie antes la pisó, son imponentes y dibujan un paisaje desértico efímero que se eclipsa rápidamente al ver el mar.

¡Al fin llegamos al mar!

Bajé hasta la orilla y mis ojos no podían creer lo que estaban viendo. Innumerables kilómetros de costa sin nada, sin casas, sin personas, sin ruta, sin camionetas, sin sombrillas, sin perros, casi sin basura, la arena lisa, como se ordena la arena cuando nadie camina por ahí. Sentí algo único. Nuestra especie se olvidó lo que percibía al estar en un lugar así. Las montañas son imponentes, lo sé, pero nunca había sentido que descubría un paisaje tan inmenso y tan vasto como el que nos ofrece la mar. ‘’La mar’’, porque así es como la llaman en español cuando la quieren.

Me quedé mirando el brillo del sol del mediodía sobre el agua como una idiota. Era hipnótico. El viento venía desde el mar y junto con las olas parecía querer acercarse para decirme algo. Imaginé estar en un barco. Me dejé sentir eso que debió haber sentido Colón cuando descubrió tierra nueva. Exactamente esa era la sensación. Lo miré ya sin saber que pensar, solo escuchando aquel ruido del viento y el revuelto de las olas que se formaban, como cuando escuchas una canción emotiva mirando un paisaje emotivo. Era demasiado inmenso para soportarlo sola. Y me puse a llorar.

‘El viajar por aguas tormentosas. Conducir un barco, un velero. La soledad y el silencio del mar y la compañía de cuerpos y fantasmas que lo poblaban. El mar del pasado y el mar del presente. La noche jalonada por estrellas y constelaciones. Y siempre el mar y siempre un velero…’

Recuperé de a poco mi conciencia y controlé aquello que me poseía inexplicablemente llevándome a pensamientos recurrentes, tal vez un poco vulgares. Los paisajes como estos te roban varios minutos de nostalgia, ¿Viste?

Agarré mis cosas y decidí irme, di unos cuantos pasos como arrepentida y antes de subir el médano me di vuelta y le dije ‘Yo me quiero morir con vos!

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