Testigo Nº 41- Un muchacho de unos 20 años


“Salió el tema del ‘encapuchado’, durante aquellos días se hablaba mucho del asunto porque la gente del barrio de Camet estaba asustada.
Por la zona andaba un loco con una capucha en inclusive decían que en un par de ocasiones había gavillado algunos tiros al aire…
La cosa es que en otras de las mesas veo un ciervo sentado, escuchando atentamente la conversación. De pronto se paró y empezó a correr por la plaza, a revolcarse por el piso, se lo veía enfurecido. Poseía una cornamenta gloriosa y apenas percibió la silueta de un auto lo encaró sin titubeos como para destrozarlo, pero el coche huyó…
después giró y volvió hasta la puerta del bar, fue entonces que abandoné la silla y monté sobre el lomo del animal. Lo mismo hizo otro de los parroquianos que se presentó como el ‘Anarquista’…
Inmediatamente partimos en busca del encapuchado, el ciervo avanzaba a paso firme entre las sombras y los costados de la noche y dimos varias vueltas por la zona sin éxito.
Finalmente dijo:– Ya se donde puede estar, vamos para la ciudad… -
Al galope por la costanera, nos fuimos metiendo entre los autos y las luces. Yo tenía un poco de miedo pero el anarquista estaba aterrorizado, más cuado el carnudo se mandaba en contramano por cualquier calle sin respetar ningún tipo de norma de tránsito.
Para colmo cada tanto vociferaba como para infundirse ánimo, se paraba en dos patas, corcoveaba o bailaba, no sé…
Se detuvo en un quiosco, estaba agitado y se tomó diez latas de cerveza de un tirón. Seguimos y ahora sí que el ciervo parecía más loco que nunca, cuando frenó bruscamente, en la puerta del cementerio… nos bajamos y quedó un rato inmóvil, para arrancar al instante con una violenta inusitada.
Él solo parecía una estampida de cientos de animales enloquecidos. El primer estruendo fue tremendo, un sonido difícil de describir, me parecía estar viendo una película de vikingos, donde miles de espadas y escudos entrechocando sus metales más el griterío infernal de la batalla copaba mi espíritu…
Sin embargo, era solo él que tomaba carrera y daba sus cuernos contra las rejas de las casas de los muertos, una y otra vez. Desafiándolos, insultándolos, invitándolos a salir a pegar una vuelta por la vida… Quedó colgado de los barrotes muy lastimado y de inmediato cayó para atrás vencido (eso creí).
Al rato se levantó y vino hacia nosotros sentenciando – Estoy aturdido, gritan más de lo que yo hubiera imaginado… casi me meten adentro pero creo que se pegaron un buen susto. Estos cadáveres no se olvidarán nunca de mí.-”

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