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Mas allá de los sueños

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  Agradezco, en primer lugar, su interés por estas andanzas y aventuras. Pues compartirlas para mí resulta igual de grato que realizarlas. Nada sería Aquiles sin Homero, y los hechos se disuelven como la onda líquida en el mar inmenso si no existe el cronista que los hace permanentes en su descripción o el artista que les da nueva forma. A continuación paso a sintetizar las crónicas de mi  cruce del Atlántico, -esta vez, a lo ancho-, desde la isla de Gran Canaria (España) hasta Turcas y Caicos (Caribe). ( Detalles técnicos al final del texto - fotos adjuntas-)  Y aclaro que hablo de “mi” cruce porque no podré hacer más que contárselos desde mis ojos.   Primer semana: ceñida violenta   Zarpamos el viernes 1 de diciembre de Las Palmas de Gran Canarias por el norte. Preparar el barco nos llevó una semana de trabajo moderado, ya que tuvimos una pérdida en la bomba de aceite del motor y hubo que preparar los repuestos. Una ola revuelta y violenta nos acompañó hasta que pudimos izar las vela

Descubriendo el estrecho

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  CAPÍTULO 1- SAGUNTO       Nos dijeron que había que sacar el barco de Europa y la ruta más corta que encontramos era Argelia. Argelia, sí, donde operan Al Qaeda y Bin Laden y la Lonely Planet dice que el índice de asesinato es muy alto y no lo recomienda para el turismo, y el barco tiene bandera norteamericana. Ningún hombre debería despreciar sus presentimientos ni las advertencias secretas de peligro que a veces recibe, aun en momentos en los que parecería imposible que fueran reales. Mi corazón se ponía incómodo al pensar en cruzar esas 300 millas náuticas vacías sin tierra para llegar a un puerto que se alejaba del concepto de refugio seguro; primero porque el Mistral de la semana anterior había dejado mi moral golpeada y la posible idea de navegar otro viento fuerte o alguna tormenta erizaba mi paciencia -temer al mal es mucho peor que padecerlo-, y segundo porque eso de tocar puerto y salir al instante no sonaba muy alentador para mi espíritu viajero.       Nos contactamos con

El segundo Mistral

     La luna brillaba sobre un horizonte donde flotaban los últimos velos de una niebla que rápidamente se levantaba. El cielo comenzaba a iluminarse en el otro extremo y los primeros rayos de sol se reflejaban en el marco de mi ventana. Era la hora de levantarse.       Amanecimos entre laureles y trofeos, galardonados por la prosperidad que la victoria representaba. Amanecimos también con un dolor de cabeza inherente al festejo de la noche anterior y de la responsabilidad que los próximos dos días nos regalaban: había que llevar el barco a Barcelona, pero había pronóstico de Mistral.       Los últimos días de regatas habían sido muy apacibles y los cuerpos, más allá de los excesos, estaban parcialmente descansados. Mi consciencia se tranquilizaba al pensar que ya conocía las feroces características de aquel temido viento y me apretaba los dientes al darme cuenta que asumía, sola con Guille, la responsabilidad del asunto. No sé si por ignorar los peligros o por ser muy sincera con ello

Me llamo Enriqueta

Me llamo Enriqueta. Y hace unos años me di cuenta que no sabía hablar. Conozco el significado de las palabras, las pronuncio bien y no tengo ningún problema al decirlas, sin embargo cuando hablo no expresan lo que quiero comunicar. Tergiversan mis conceptos, que salen de mi cabeza de manera amorfa, y el engranaje que se encarga de darles identidad con palabras parecería no funcionar muy bien. ¿Qué hacemos entonces, aquellas personas que no podemos expresarnos hablando? El lenguaje verbal es tan trascendente que en un mundo donde los textos parecen ser triviales, las personas que no pueden expresarse a través del habla suelen condenarse como seres vulgares... pero tengo algo a mi favor, ¡Las redes sociales! Quisiera saber cómo se lleva a cabo en persona una respuesta que puede sintetizarse con un emoticon. O como uno, mirándole los ojos al receptor, puede tomarse una pausa para pensar lo que le parece acertado responder sin que la otra persona se pregunte que nos está pasando. A

Cuique Summ -a cada uno lo suyo-

Los últimos rayos de sol doraban los mástiles de los barcos que terminaban de correr la última regata del campeonato Rolex Circuito Atlántico Sur. Se veían a los tripulantes desarmando maniobras, adujando cabos, doblando velas y lavando cubiertas, la marina estaba repleta de gente que iba y venía, subía y bajaba. En dos horas empezaba la tan esperada entrega de premios, el evento social principal que cierra cada año esta semana soñada para todos nosotros, cerré la escotilla y con el bolso en mano me fui a duchar. Mientras caminaba por la marina me detuve y miré hacia atrás, vi un escenario perfecto en donde solamente deseaba quedarme toda la vida, todos los días. Los ojos se me llenaron de lágrimas, sabía que tenía que esperar un año más para volver a vivirlo, que “El Circuito” había terminado, y terminaron junto con él también otras cosas. Lo más lindo de este deporte es el entorno social que lo contiene; recibir ayuda mientras estamos quebrando en la banda, llorar y que nos al

Qué lindo te vas a Punta.

    Llegamos, armo la maniobra, el día anterior trabajamos mucho en el barco, pero hoy es hoy, hoy soltamos amarras, izamos la Mayor, probamos el Genoa, el pronóstico es tétrico. 5 minutos para la largada, voy a proa, canto la línea, largamos. Esto va a mojar.  Me pongo el traje de agua, moja, cada ola moja mucho, primer peeling, me quedan los brazos doliendo, costó arriarla por sota. No les voy a hablar de detalles técnicos porque vine acá a hablar del sufrimiento humano a bordo. Viene una ola, la proa se sumerge debajo, yo me sumerjo con la proa debajo de la ola, me agarro fuerte para no irme al agua, me siento en la Volvo, despincho la driza, la pincho en el palo, seguimos... otro peeling, ¡Vamos que esta vez se arría por barlo! Ah, pero se pincha por sota, la puta madre no hay una buena. Moja la ola, me golpeo contra todo lo que hay, se rompe el púlpito, no se dónde poner el pie ahora, resuelvo, entro, entortugo el Genoa y el anterior que arriamos, me mareo, salgo, muero de fr

La esquina de Argúas

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Me hablaron sobre una pulpería vigente de 215 años perdida por los caminos rurales de la zona y mi curiosidad se puso en marcha para localizarla.  Manejamos 45km por un camino vecinal de tierra siguiendo las intuiciones personales hasta que finalmente, tras ver una hora entera girasoles y malezales, casi sin darnos cuenta la vimos; ahí estaba, como demostrando que el tiempo no pasa. Pido permiso y Don Villarino me autoriza a entrar. Estaba lleno de moscas y cueros de vacas, botellas con polvo y soledad. El pulpero nos ofrece sandwiches de cordero frío y un Fernet con soda para los dos, nos cuenta que anoche se juntaron unos cuantos y es la carne que sobró. Entonces nos sentamos a escuchar unas historias..  La Esquina de Argúas era parada obligada antes de llegar a Mar del Plata. Tanto es así que en 1883 contó con la presencia del gobernador Dardo Rocha y otro de sus visitantes de renombre fue José Hernández, autor del Martín Fierro.  La construcción se mantiene intacta, las pe